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HISTORIA

Vida y Misión (1944-2007)

En los años cuarenta, los territorios en que hoy vivimos gozos y dolores, apenas si estaban malhabitados por algunas familias de de humilde condición. Estos horizontes, de allende el Alto de Extremadura, eran considerados como otro mundo; ni siquiera pertenecían al término municipal de Madrid. Eran suburbios de la Villa y Corte y de los Carabancheles, pedregales que contemplarían los clientes del viejo bar de Pepe de Salvador entre chato y chato de vino, especie de tierra de nadie, aún sustraída a las ávidas miradas de la especulación inmobiliaria.

Y aquí, como los temerarios eclesiásticos de las repoblaciones medievales, vinieron a establecerse los Franciscanos Conventuales, quienes habíanse visto obligados a cerrar una casa abierta en la barcelonesa Mataró por falta de recursos humanos. El P. Lorenzo Castro y el P.  Esteban Marcos visitaron al obispo auxiliar de Madrid, Monseñor Casimiro Marcillo, a principios de 1944, para hacerle partícipe de su entusiasmo evangelizador. Y, el 1 de abril de ese mismo año, el obispo titular, Monseñor Leopoldo Eijo Garay, encomendó una parroquia, bajo la advocación de la Virgen del Rosario, a los antedichos hermanos Franciscanos Conventuales.

Esa parroquia, nuestra parroquia, tenía el templo en el antiguo nº 21 de la Carretera de Extremadura. Era una modesta casa-convento-parroquia, que aún podemos contemplar; los hermanos guardaban así fidelidad al espíritu de pobreza franciscana: vivían con y como los pobres.



Aquella primitiva comunidad la formaban el P. José Gómez, párroco, el P. Gregorio Millán, el P. Emilio Gonzalvo y el hermano Antonio Viñas. Pasaban serias calamidades que intentaban paliar bienintencionados vecinos; de vez en cuando les regalaban liebres cazadas furtivamente de la cercana Casa de Campo.



Enseguida organizaron las actividades pastorales. Crearon un dispensario médico y un ropero, en él colaboraban algunas señoritas de la Parroquia de San Ginés y San Vicente de Paúl, aportando ropa, comida, dinero y juguetes para los Reyes, guardados con celo, hasta el día de su entrega, por la Sra. Juana. También prestaban su ayuda en la catequesis. Más tarde fueron las hermanas del Divino Maestro quienes desempeñaron esta labor.

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